Alfonso VII el Emperador


Biografía política | Aspectos personales | La frontera del Duero | En torno al románico

Biografía política

Alfonso Raimúndez, rey de Galicia (1111-1157) y de Castilla y León ( -1157). Tomó el título de Emperador en 1135 y obtuvo el vasallaje o simple pleitesía de los demás reinos cristianos peninsulares y de algunos señoríos del sur de Francia. Nació en Caldas de Reis (Pontevedra) el 1 de marzo de 1105 y murió en Viso del Marqués (Ciudad Real) el 21 de agosto de 1157, por tanto a la edad de 52 años. Era hijo de la reina Urraca de Castilla -hija, a su vez, de Alfonso VI- y de su primer marido el conde Raimundo de Borgoña.

Del reino de Galicia, instituido en su día por Alfonso III el Magno y vinculado casi permanentemente a la corona de León, Alfonso VI hizo dos condados para que los señoreasen sus yernos los condes borgoñones Raimundo y Enrique: el Condado de Galicia fue para el primero, el esposo de Urraca, y el Condado de Portugal para el segundo, el marido de Teresa. Muerto Raimundo en el verano de 1107, Urraca quedó investida con toda la autoridad sobre Galicia. No obstante, relata la Historia Compostelana que el rey Alfonso VI se dirigió a una asamblea de nobles gallegos reunidos en León para decirles que «...os declaro sin duda servidores de su hijo [el hijo del conde Raimundo], mi nieto, y le dejo toda Galicia en herencia en caso de que Urraca, su madre, quiera casarse». En efecto, Urraca volvió a casarse en septiembre de 1109 con Alfonso I el Batallador de Aragón, por lo que, en cumplimiento de lo establecido por Alfonso VI, que había fallecido dos meses antes, la tenencia de Galicia pasó a manos de Alfonso VII, al menos de derecho. El intervencionismo de Alfonso el Batallador en las posesiones de su esposa, a la sazón reina de Castilla y León, alcanzó pronto a Galicia y generó un violento enfrentamiento con la nobleza gallega, en especial con los monjes del Monasterio de Sahagún y con el episcopado compostelano. Así las cosas, el 17 de septiembre de 1111, con el apoyo de Pedro Froilaz, el obispo de Santiago, Diego Gelmírez, ungió y coronó rey de Galicia al niño Alfonso Raimúndez en la catedral de Compostela. Se contaba con un cierto consentimiento de doña Urraca quien, por la corta edad del nuevo rey -6 años- ejerció fácticamente las tareas de gobierno.

El 8 de marzo de 1126 moría en Saldaña (Palencia) la reina Urraca sin haber tenido descendencia de su segundo marido, por lo que Alfonso, su único hijo varón fruto de su matrimonio con Raimundo de Borgoña, pasaba a ser heredero universal de sus posesiones reales: Castilla, León y Galicia, además de Toledo y los territorios conquistados. Fue reconocido inmediatamente como rey y tan sólo dos días después, el 10 de marzo de 1126, era coronado en León en una ceremonia a la que acudió toda la nobleza castellano-leonesa. La primera y prioritaria cuestión a la que dedicó todo su empeño fue la recuperación de las plazas en poder de su padrastro. El matrimonio de Urraca y Alfonso I fue asaz agitado y estuvo envuelto en constantes luchas. Al morir doña Urraca, el Batallador retenía por la fuerza de las armas algunas poblaciones castellanas como Burgos, Soria, Carrión y Castrojeriz, entre otras. Alfonso VII se propuso recuperar para Castilla los territorios y ciudades arrebatados por el aragonés y dispuso sus ejércitos para ello. Afortunadamente no fueron necesarios en esa ocasión, pues la mediación de algunos caballeros de probada sensatez propició un acuerdo: el Pacto de Támara sellado en Támara de Campos (Palencia) en junio de 1127. Por este tratado de paz se reconocían las fronteras de Castilla con Navarra y Aragón; por la zona oriental del Duero tal frontera se trazó de forma que Soria quedaba incorporada al reino aragonés.

Tras conocer que Alfonso I el Batallador había muerto el 7 de septiembre de 1134 a consecuencia de las graves heridas sufridas en el cerco de Fraga, Alfonso VII se encaminó hacia Aragón con fuerte ejército. No sólo consiguió el retorno a Castilla de las plazas orientales todavía en poder del reino vecino, como la propia ciudad de Soria, sino que ocupó a su paso las poblaciones de Tarazona, Calatayud y Daroca y se presentó en Zaragoza, si bien no quiso aparentar que lo hacía como conquistador sino como colaborador en la resolución del problema de sucesión, toda vez que Alfonso I no tuvo descendencia y dejó sus reinos -Aragón y Navarra- a las órdenes militares por decisión testamentaria. Coincidiendo todos en la inviabilidad de tal testamento, Alfonso VII fue uno de los pretendientes a ambos tronos. Aducía como título el ser tataranieto de Sancho III el Mayor. Eran aspirantes asímismo Ramiro, hermano de Alfonso el Batallador, y García Ramírez, bisnieto del rey navarro García el de Nájera. Contaba Ramiro con la circunstancia adversa de ser clérigo, en concreto por entonces obispo de Barbastro; de otro lado, la línea genealógica de García Ramírez discurría por vía ilegítima. No obstante, quizás porque los aragoneses no quisiesen repetir la experiencia próxima y nefasta de su unión con Castilla, prefirieron entregar la corona a Ramiro II el Monje, mientras que los navarros hacían lo propio con García V Ramírez el Restaurador. En todo caso, lo que sí consiguió Alfonso VII fue el vasallaje de ambos nuevos monarcas, a la par que el de su cuñado Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona. Con este bagaje regresó a León donde el 2 de junio de 1135, en solemne acto al que asistieron García Ramírez de Navarra, Ramiro II de Aragón, Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona, el príncipe musulmán Zafadola, Alfonso Jordán, conde de Tolosa y otros condes de Gascuña y Provenza, fue coronado Emperador de los Reinos Hispánicos de manos del legado pontificio, el obispo Guido de Vico.

Quien no asistió a la ceremonia de coronación fue Alfonso Enríquez, luego Alfonso I de Portugal, si bien se había reconocido anteriormente vasallo del rey castellano-leonés. Las tensiones entre el Condado Portucalense y Galicia, extensivas a Castilla y León, fueron constantes. Los condes Enrique de Borgoña y Teresa siempre buscaron un grado de autonomía rayano con la independencia. Su hijo Alfonso, que a partir de 1140 empezó a utilizar el título de rey de Portugal, prosiguió esa política de escisión con respecto a los reinos hispanos, lo que le llevó a enfrentamientos armados con su primo. Cuando en 1127 Alfonso VII llegó con su ejército y puso sitio a Guimarães, viéndose en peligro Alfonso Enríquez le declaró vasallaje al futuro Emperador. Éste no pudo evitar que en 1143 se crease el reino de Portugal cuya independencia se sancionó mediante el Tratado de Zamora de ese mismo año. Atrás quedaban las luchas entre ambos Alfonsos. En efecto, poco después de que el leonés se coronara como Emperador, el portugués había tomado por sorpresa Tuy con ayuda de rebeldes gallegos, aunque los nobles fieles a su rey les hicieron frente y los derrotaron. No pudo intervenir directamente Alfonso VII en aquella ocasión porque se encontraba llevando a cabo una fuerte operación de castigo en Navarra cuyo rey García Ramírez había emprendido acciones bélicas contra la frontera castellana. Por dos veces se retiró de Navarra tras devastarla el Emperador y otras tantas hubo de regresar ante la actitud provocativa del monarca navarro. Rendido definitivamente éste, sellaron la paz con el compromiso matrimonial de García Ramírez con Urraca, una de las hijas ilegítimas de Alfonso VII, boda que se llevó a efecto en 1144.

Tras el infructuoso esfuerzo dedicado a conseguir los tronos de Aragón y Navarra, y una vez logrado el vacuo título de Emperador, Alfonso VII se centró más en la expansión de sus reinos por el sur a costa de los musulmanes. Ya en 1132 las milicias toledanas habían llegado en arriesgada correría hasta Sevilla, lance que le costó la vida al gobernador hispalense Umar. Pero no es hasta el año siguiente cuando el propio rey, a la cabeza de sus huestes, penetra desde Toledo en territorio agareno y, según la Crónica de Alfonso VII, rebasa Córdoba y llega hasta Cádiz, cundiendo el pánico entre los moros andaluces. En 1139, en otra incursión con origen en Toledo se aventura hasta el Guadalquivir y conquista el castillo de Oreja, al este de Toledo, tras largo asedio. Poco después se apoderó de la plaza fuerte de Coria y del castillo de Albalat (1140). En noviembre de 1144 el Emperador rondaba por tierras de Granada y Córdoba, y en mayo de 1146 se apoderó de esta última ciudad que entregó a Aben Ganya como feudatario suyo. Ante el entendimiento de éste con los almohades a quienes había prometido entregar Córdoba y Jaén, Alfonso VII tomó Córdoba aunque precariamente, pues hubo de abandonarla poco después en manos de los almohades sevillanos. Algo parecido sucedió con Baeza, conquistada en ese mismo año de 1146 por los cristianos y perdida no mucho después. Un punto estratégico en la línea del Guadiana lo constituía la fortaleza de Calatrava (Calatrava la Vieja) desde donde los almorávides hostigaban permanentemente las tierras del reino cristiano de Toledo. Consideró el Emperador que era de vital importancia el dominio de aquel enclave, por lo que se aprestó a conquistarlo, lográndolo en enero de 1147. Para su posterior defensa lo entregó a los Caballeros Templarios. Resistieron éstos los embates de los ejércitos almohades hasta que, en 1157, temiendo verse incapaces de mantener la resistencia pidieron auxilio al rey castellano. Acababa de morir Alfonso VII y su sucesor, Sancho III, envió en su ayuda al abad-guerrero Raimundo de Fitero quien, en compañía de otros caballeros, fundó la Orden de Calatrava que adoptó por nombre el topónimo del lugar. La toma de la fortaleza de Calatrava trajo consigo el que Alfonso VII pudiese apoderarse también en las mismas fechas del importante castillo de Consuegra y, dos años después, del de Uclés.

Pero por encima de todas estas campañas y conquistas hay que resaltar una acción por la que se valoriza todo su reinado: la conquista de Almería acaecida en octubre de 1147. Contó Alfonso VII para esta gran empresa con la colaboración del rey García V de Navarra con el que se había establecido una paz duradera a principios de 1140; también con su cuñado Ramón Berenguer IV que aportó una nutrida tropa catalana y aragonesa. Estuvieron presentes asímismo las huestes del conde de Montpellier y las fuerzas navales de Pisa y Génova. Con todo ese ejército en el que destacaban los más insignes caballeros castellano-leoneses se puso cerco a la ciudad que en pocos meses hubo de rendirse a la superioridad de los cristianos. Esta exitosa campaña, preludio de otras venideras, movieron a Alfonso VII y a Ramón Berenguer IV, éste como conde de Barcelona y príncipe de Aragón, a pactar la forma y distribución territorial en que a cada uno le cabría el derecho de reconquista de los reinos musulmanes. A tal efecto firmaron el 27 de enero de 1151 en Tudellén (Navarra) un tratado (Tratado de Tudellén) por el que el catalano-aragonés se reservaba la zona mediterránea que comprendía Valencia, Denia y Murcia, mientras que el resto de al-Andalus quedaba como área de expansión de Castilla y León.

En los años siguientes siguió efectuando incursiones por el sur peninsular: puso cerco a Andújar que cayó en 1155, sitió Jaén y Guadix y tomó Pedroche y Santa Eufemia. En todo caso las conquistas de Alfonso VII no fueron en su mayoría ni estables ni duraderas. Almería no resistió la presión almohade a pesar de los esfuerzos del Emperador en su defensa. Precisamente cuando regresaba a Toledo decepcionado por la pérdida de la ciudad murió en el paraje de Fresneda, próximo al puerto del Muradal, el 21 de agosto de 1157.

Alfonso VII que se había proclamado Emperador y que había aspirado a la hegemonía de todos los reinos hispanos e incluso de los territorios del Midi francés, en abierta contradicción con esa política dividió su patrimonio regio entre dos de sus hijos: a Sancho (Sancho III) le dejó Castilla; a Fernando (Fernando II), León.

Aspectos personales

Alfonso VII se casó dos veces y mantuvo relaciones amorosas con al menos otras dos mujeres más. De todas ellas tuvo diversos hijos.

  • Berenguela de Barcelona, hija de Ramón Berenguer III y hermana de Ramón Berenguer IV, fue su primera esposa. Celebraron sus bodas en Saldaña (Palencia) en 1128. De este matrimonio nacieron: Sancho III de Castilla quien, por su prematura muerte, sólo se mantuvo en el trono durante un año y diez días (21 de agosto de 1157 - 31 de agosto de 1158); Ramón, fallecido en 1151 por lo que no pudo participar en la herencia paterna; Sancha, casada en 1157, el mismo año en que moría su padre, con Sancho VI de Navarra, hijo de García Ramírez el Restaurador; Fernando II de León que ciñó la corona de este reino hasta 1188; Constanza, esposa de Luis VII de Francia con quien contrajo matrimonio en 1154; García y Alfonso, que no superaron la edad de cinco años y murieron en 1146 y 1149 respectivamente.
  • Rica de Polonia, o Riquilda, que de ambas forma se la conoce, fue su segunda y última esposa legítima. Era hija de Ladislao II de Polonia y casó con el Emperador en julio de 1152. De ella fueron hijos: Fernando, muerto con sólo dos años de edad en 1155 y Sancha, nacida en 1156, sólo un año antes de la muerte de su padre, que casó en 1174 con Alfonso II de Aragón.
  • Gontroda Pérez. Fruto de la convivencia con esta dama de la nobleza asturiana en época anterior a su primer matrimonio fue Urraca, nacida en 1126 y convertida en reina de Navarra por su matrimonio con García V Ramírez en 1144.
  • Sancha Fernández. Tuvo relaciones con ella en el periodo de viudedad tras la muerte de Berenguela, cuando todavía no se había casado de nuevo con Rica. Hija de ambos fue Estefanía, nacida en 1150 y casada más tarde con el conde de Lemos Fernán Ruiz de Castro.

La frontera del Duero

Cuando se inicia el reinado de Alfonso VII ya hacía tiempo que el Duero había dejado de ser frontera entre los norteños reinos cristianos y los mahometanos de al-Andalus. No obstante, la zona más oriental de esta cuenca, la entonces denominada Extremadura, mantenía su carácter fronterizo si bien con el reino de Aragón, lo que fue origen de numerosos conflictos entre ambos estados limítrofes. Alfonso I el Batallador había contraído matrimonio con la reina Urraca de Castilla en 1109 y, por las capitulaciones matrimoniales suscritas en diciembre de ese año, tomaba el cetro castellano como rey consorte. Bajo este título inició enseguida una activa intervención en los territorios de su esposa. Debió entrar en Castilla a finales de 1110 o principios de 1111 -se sabe por los Anales Toledanos I que el 19 de abril de 1111 llegaba a Toledo- y una de las primeras acciones llevadas a cabo fue la repoblación de algunos lugares de la Extremadura castellana fronteriza con Aragón, entre ellos los de Berlanga, Almazán y Soria. Ya se ha hecho mención anterior a que el Batallador retuvo en su poder tras la muerte de su esposa acaecida en 1126 algunos territorios castellanos, siendo Soria una de las localidades que pasaron de hecho al reino de Aragón por acuerdo incluido en el Pacto de Támara suscrito en julio de 1127. Dos años después de la firma de dicho tratado, y a pesar de él, el monarca aragonés pasó a Castilla por tierras de Medinaceli y ocupó Almazán. Alfonso VII se aprestó a defender sus posesiones. Cuando los ejércitos estaban listos para la contienda se entablaron nuevas negociaciones que hicieron innecesaria la intervención militar. En 1134, desaparecido Alfonso I de Aragón, Alfonso VII pudo ganar para Castilla las plazas que le habían sido arrebatadas y estabilizar la frontera entre ambos reinos.

En torno al románico

El reinado de Alfonso VII (1126-1157) se encuentra comprendido en el ámbito temporal coincidente con el periodo de madurez del románico en Castilla y León, y más en concreto en la ribera del Duero. Durante él se construyeron o se iniciaron iglesias tan singulares como San Miguel de Almazán, San Pedro de Soria, la Catedral de El Burgo de Osma o la Catedral de Zamora. Fuera del marco geográfico de este río pueden señalarse otras obras románicas de las que se sabe que gozaron de la protección regia, como la Colegiata de Santillana del Mar o la Catedral de Salamanca, a cuyos obreros concedió ciertas franquicias en 1152. San Isidoro de León también fue objeto de la predilección de Alfonso VII a quien se debe la reconstrucción del templo consagrado con su asistencia en 1149. Por otra parte, la Catedral de Santiago de Compostela, cuyas obras se prolongaron entre 1078 y 1211, gozó asímismo del patronazgo de Alfonso VII que, precisamente, había sido coronado en ella como rey de Galicia en 1111.

Pero la actuación más decisiva debida a Alfonso VII con repercusión en la arquitectura románica es la que se refiere a la implantación de la Orden del Císter en Castilla. Monasterios cistercienses como el de Moreruela (Zamora, 1133), Fitero (hoy, Navarra, 1140), Sacramenia (Segovia, 1141) o Santa María de Huerta (Soria, 1142) se levantaron por expresa voluntad del monarca y bajo su directa intervención.

» Página de inicio
» Presentación
» El arte Románico
» Arquitectura religiosa
» Arquitectura civil y milit.
» Fotografías antiguas
» Referencias históricas
» Artículos varios
» Glosario enciclopédico
» Mapa del sitio
Otros enlaces
info@lafronteradelduero.com
FirefoxSitio web optimizado para Firefox