Almazán - San Miguel


Localización | La planta | La cubrición | El exterior | El interior

La iglesia de San Miguel, producto de diversas épocas y estilos, procede, en lo que a sus componentes románicos atañe, de mediados del siglo XII, habiéndose debido iniciar su construcción en fechas próximas, pero posteriores, a la conquista definitiva de Almazán por Alfonso I el Batallador (1128-1129), cuando ya la ciudad había pasado a poder de Alfonso VII el Emperador y había quedado incorporada a Castilla.

El resultado de las actuaciones llevadas a cabo a lo largo del tiempo es una iglesia de tres naves con ábside y presbiterio, una galería meridional y una torre campanario sobre el primer tramo de la nave central. Sólo la cabecera y el primer tramo de las naves, con el cuerpo inferior de la torre, constituyen elementos netamente románicos, siendo la fábrica de ladrillo que remata el campanario de fechas no mucho más avanzadas; el tramo intermedio pertenece también en su mayor parte al periodo románico, si bien la bóveda de crucería de la nave central es gótica; el último tramo, del que se conservan los arranques primitivos, y el cuerpo sobresaliente que aloja el coro son de época barroca; por fin, la galería es obra reciente de adaptación de otra del siglo XVII y carece de interés arquitectónico.

Localización


Coordenadas UTM (Datum ETRS89 y WGS84)
  • Huso:30T; X=538.907; Y=4.592.974
Cartografía

La planta


En la adjunta figura se recoge la parte de la planta que conserva la traza románica. La distribución de los espacios responde al esquema basilical de tres naves sin transepto, cuya nave principal se prolonga en un presbiterio y ábside.

Llama enseguida la atención lo irregular de su geometría que se evidencia en la desviación del eje de la cabecera con respecto al de las naves y en la ausencia de ortogonalidad y paralelismo entre las diversas alineaciones de muros y pilares. Es posible que las circunstancias topográficas del terreno, la naturaleza de éste, y su forzado acoplamiento a las colindantes murallas, obligasen a este trastornado replanteo final, si bien Vicente Lampérez sugiere una interpretación alegórica en relación con la declinación del eje del ábside que representaría la de la cabeza de Cristo en la cruz. Simbólicas o no, debieron existir razones justificativas de esta distorsionada planta, pues sería excesivo achacarla a una tremenda torpeza del maestro de obras.

Otra apreciación inmediata es la relativa a la exagerada estrechez de las naves laterales. Los huecos de comunicación entre los diversos tramos son tan angostos que, como muestra la imagen, los capiteles señalados en la planta con los números 11 y 12 parecen estar a punto de juntarse, y los fustes de las columnas 1 y 2 han sido removidos o cercenados seguramente por razones de holgura de espacio.

Lo que sucede es que estos a modo de pasillos laterales no constituyen auténticas naves, sino más bien una sucesión de capillas perimetrales en interconexión a través de los menguados arcos que se abren en los lienzos que habrían de separarlas.

En las cabeceras de estas naves laterales existen sendos ábsides a escala tan reducida como las suyas propias, que realmente no pasan de ser sino amplias hornacinas embebidas en la fábrica en cada una de las cuales se ha dispuesto un altar.

La cubrición


 

Aunque el templo carece de transepto, el primer tramo de la nave principal recibe un tratamiento similar al de un crucero y se cubre con una cúpula de arcos cruzados que es la que confiere el especial carácter y la singular fisonomía de esta construcción. Cuatro pilares cruciformes con semicolumnas adosadas a sus caras soportan otros tantos arcos torales muy apuntados. Entre cada dos de éstos se desarrolla una trompa escalonada a base de arcos mensulares no concéntricos -más rebajados los superiores-, cuyas aristas se perfilan en forma de baqueta o bocel. Por efecto de estas trompas se transforma el cuadrilátero un tanto irregular de la base en el octógono del plano de arranque de la cúpula. No se trata de un polígono equilátero sino ochavado, ya que los lados definidos por las trompas son algo menores que los demás. La estructura portante de esta cúpula la forman ocho arcos de medio punto, paralelos dos a dos, que estriban en ménsulas que vuelan del punto medio de los lados, de forma que cada una de ellas recibe las tensiones de un par de arcos. La estrella de ocho puntas a que da lugar el entrecruzamiento de la múltiple arquería deja en su centro un hueco octogonal que proyecta desde el cénit la luz que previamente a penetrado por los ventanales de la linterna superior (los óculos que hoy perforan los entrepaños no pertenecen al proyecto inicial).

El origen árabe de esta disposición estructural y formal de los arcos no tiene duda. Cúpulas similares, aunque con los arcos gravitando sobre los vértices y no sobre los centros de las caras del octógono, existían ya en la mezquita de Córdoba, y con el mismo tipo de apoyos que los de San Miguel, en la mezquita del Cristo de la Luz de Toledo. Con posterioridad a la cúpula de Almazán se han levantado algunas otras de características parecidas entre las que puede servir de ejemplo la de la iglesia de planta octogonal (ver imagen) de Torres del Río (Navarra).

El espacio central -el segundo tramo- de la nave principal utiliza como cerramiento superior una bóveda de crucería, gótica de los siglos XIV o XV, de cuatro nervios diagonales y plementos de sillería; no obstante, la fábrica que por encima de los arcos cierra verticalmente el espacio abovedado está ejecutada en mampostería. Supone Gaya Nuño (en su obra El románico en la provincia de Soria) que esta bóveda «sustituye verosímilmente una primitiva bóveda de cañón apuntado». Sin menoscabo de mi profunda admiración por el autor y de la alta estima de su magisterio, opino que, dada la altura de los arcos formeros de ese tramo muy por encima de la línea de imposta, no es posible voltear una bóveda corrida, y que, siendo idénticos los cuatro arcos que definen dicho espacio, sólo cabe cubrirlo mediante una bóveda baída, de arista o de crucería como la actual (perdón, don Juan Antonio).

La cubierta de las naves laterales es idéntica en todos sus tramos: bóveda de cañón apuntado de eje transversal, es decir, perpendicular al de la nave principal.

El presbiterio se techa con bóveda de cañón ojival de excelente sillería formando hiladas horizontales bien aparejadas. Se refuerza en su encuentro con la bóveda del ábside mediante un arco fajón igualmente apuntado, mientras que por su otro extremo remata en uno de los cuatro arcos torales de la cúpula. La bóveda absidial es la típica de horno o cascarón, apuntado en este caso, también de buenos sillares.

El exterior


La cabecera se manifiesta al exterior en sus dos componentes: el presbiterio y el ábside. Éste, semicircular, está verticalmente dividido en tres lienzos por cuatro medias columnas que apoyan en basas muy reducidas y se ven coronados por capiteles de ornamentación vegetal de hojas y volutas. En cada uno de los lienzos se abre una ventana abocinada de triple arco de medio punto, el central sobre columnas encapiteladas que no subsisten en todas las ventanas (ver ventana axial). La cornisa del ábside está formada por una moldura de tres rollos escalonados similar a la que en el interior hace de imposta en algunos tramos. Está soportado el alero por una sucesión de arquillos trilobulados de estilo lombardo, vistos ya en algunas iglesias catalanas, que resaltan del paramento y descansan, a su vez, sobre modillones también de rollos. Por encima de los ábacos de las columnas dan lugar a un soporte mayor que los demás horadado en forma de cruz (ver detalle).

Otro aspecto a resaltar es el tratamiento volumétrico del presbiterio obedeciendo a imperativos estructurales. El presbiterio, uniforme en su interior, se divide en dos cuerpos bien diferenciados al exterior: uno es continuidad del ábside en forma y magnitud, mientras que el otro ostenta mayor grosor de sus muros y una elevación equivalente a la de la nave principal, circunstancias que se aprecian en la planta y en esta imagen. La única razón de ser de tal distinción es la de disponer de un cuerpo suficientemente robusto y alto como para servir de riostra a los pilares que forman la embocadura del presbiterio (equilibrados en las demás direcciones) absorbiendo los empujes de los arcos 19-21 y 20-22.

La linterna octogonal, sobreelevada más tarde en ladrillo para obtener su actual aspecto y funcionalidad de torre campanario, está ejecutada con buena sillería y presenta en cada una de sus aristas una esbelta columna adosada, y en cada una de sus caras una ventana de arco de ojiva formado por una baquetón que se prolonga por las jambas hasta reposar en sus respectivas basas a modo de columnillas sin capitel ni elemento de interrupción con el arco. En su intradós, suplementos lobulados puramente decorativos. La cornisa que discurre por el contorno superior es similar a la del ábside si bien los arquillos carecen de lóbulos.

El interior


Ya ha quedado expuesta en el apartado dedicado a la planta la organización de los espacios interiores, así como, al tratar de la cubrición, el modo en que estos se cierran superiormente. Resta, pues, referirse a los aspectos formales y decorativos. Desde este punto de vista el interior de San Miguel sigue la línea estilística cisterciense tanto en las proporciones dimensionales como en el diseño estructural y ornamental. Se aprecia su característica austeridad en la elevada fábrica de los muros ejecutados en cuidada sillería, así como en los prismáticos pilares de sección cruciforme. Éstos, cuatro de ellos exentos y otros dos encastrados en la embocadura del presbiterio, se complementan con la yuxtaposición en cada una de sus caras de sendas semicolumnas. Dos columnas hemicirculares más se adosan a los paramentos del ábside en sus líneas de tangencia con los del presbiterio. El conjunto de medias columnas, todas de igual altura a excepción de las orientadas hacia la naves laterales, éstas más bajas, determinan el equinivel de arranque de las bóvedas y la cúpula, lo que se patentiza por el trazado de una moldura de imposta corrida de variada morfología.
En efecto, discurre horizontalmente por todo el ábside y el presbiterio una imposta formada por una banda lisa superior que da continuidad al tablero de los ábacos de los capiteles y por una franja jaqueada como prolongación lineal de sus cimacios, si bien ninguno de éstos se decora con el ajedrezado de la imposta sino que cada uno de ellos presenta un motivo ornamental diferente. Los tacos jaqueses se convierten en rollos escalonados (tres normalmente, dos en algunos tramos) cuando rebasan el presbiterio para contornear las naves laterales en su primer tramo, no existiendo en el segundo. En la adjunta imagen puede observarse cómo la imposta de tacos que procede del presbiterio se transforma en otra de rollos al penetrar en la nave lateral, respetando la propia decoración de los cimacios, uno (24) de rosetones y el otro (22) de cestería.

La falta de rigor en el diseño, ya comentada al principio al hablar de la planta, se pone de manifiesto también en el tratamiento de los arcos de las naves laterales. En la primera de la imágenes adjuntas se muestra el primer arco (11-12) de la nave izquierda caracterizado por su reducida luz, por poseer número impar de dovelas (cinco en el arco interior y siete en el exterior), y porque este último es sensiblemente de medio punto mientras que el interior, no concéntrico con aquél, es ojival. Por su parte, el arco correspondiente (15-16) de la nave derecha que refleja la segunda de las imágenes es más abierto, se compone de un número par de dovelas, por lo que no tiene clave, y sus arcos interior y exterior son apuntados y concéntricos.
Existen varios capiteles que, como el de la imagen (el 4), exhiben motivos vegetales a base de hojas que envuelven frutos en forma de bolas (3 y 18), fusiformes (10), piñas (13, 17 y 26), arracimados (9), o se enroscan en volutas (21).
Capitel señalado con el número 14. Duplica simétricamente una misma escena: un individuo casi desnudo, de cabeza y cuello enormemente desproporcionados y ojos frontalmente abiertos, todo él de un tosco primitivismo más propio de las tallas de San Miguel de San Esteban de Gormaz que de esta iglesia, mantiene con cada mano, asiéndolo por el cuello en actitud de estrangulamiento, una pavo real o ave parecida, cuya figura ostenta mayor riqueza en la labra que la humana. Este personaje se asemeja al que figura en el capitel del lado occidental de la galería de San Miguel de Andaluz. El cimacio se adorna con finos entrelazos.
Capitel señalado con el número 19. También de forma simétrica, representa dos chivos que, apoyados sobre sus patas traseras, se yerguen uno frente al otro y se tienden una de las patas delanteras. Una serpiente de doble cola preside en lo alto la escena.
Capitel señalado con el número 20. Reproduce un recurso ornamental muy utilizado en el románico como es el trenzado imitando una labor de cestería en mimbre. Aquí el cordón es doble, como lo es el del primer capitel de Silos (hay otro de filamento sencillo) que ha servido de modelo para tantos otros en nuestro país.
Capitel señalado con el número 22. Sobre un fondo vegetal dos parejas de cuadrúpedos de cuerpo equino se levantan sobre los cuartos traseros y giran al frente sus cabezas en un gesto de violentísima torsión del cuello. El cimacio de este capitel se decora con parecido entrelazo de doble hilo al visto en el capitel anterior.
Capitel señalado con el número 23. Grupo de animales cuadrúpedos acuclillados que muerden una soga común de la misma traza que la que, formando un doble sinusoide a lo largo del cimacio, va encerrando en sus bucles hojas y rosetas.
Capitel señalado con el número 24. Animales de rostro leonado que comparten una sola cabeza por pareja. Tienen entre sus fauces una bola como la que decora los vértices del cimacio semejante a los frutos esferoides de algunos capiteles vegetales. Una sucesión de rosetones inscritos en círculos tangentes decora el cimacio.
Capitel señalado con el número 25. En el centro de la cara frontal del capitel, un ser humano, de cuya deteriorada figura sólo resta la cabeza y las piernas, aparece sentado escoltado por dos leones que apoyan sus cabezas sobre las rodillas de aquél en gesto de sumiso reposo.

Merece atención una pieza escultórica aparte que guarda la iglesia: en las obras de rehabilitación interior que se efectuaron en 1936 se descubrieron los dos absidiolos, uno de los cuales, el de la izquierda, contenía un ara de piedra con su frente tallado. Se representa en él el asesinato de Santo Tomás de Canterbury al pie del altar de la catedral a manos de unos soldados vestidos con cotas de malla, mientras el alma del mártir, en la forma acostumbrada de cabecita infantil, es elevada al cielo sobre un paño ondulado asido por sus extremos. A pesar del deterioro que muestran los relieves, se aprecia en ellos una calidad y estilo magníficos.
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